Estamos en plena desescalada. Poco a poco iremos retomando una vida que se asemejará más a lo que entendíamos antes como normalCon la recién estrenada fase 1 en Madrid podemos empezar a hacer ciertas cosas que nos motivan y nos ilusionan. Volvemos a ver a familiares y amistades que hace más de 70 días que no veíamos, podemos volver a sentarnos en una terraza a tomar algo y a recuperar esa vitamina D que ha ido escaseando por la falta de sol en nuestra piel.

Pero no podemos olvidar que la situación que hemos pasado puede tener consecuencias. Es importante poner énfasis en el «puede». No tiene por qué tenerlas, pero aunque exista la posibilidad de que no ocurra no tenemos que hacer como que no está ahí.

En nuestro trabajo con menores y familias estamos en pleno proceso de calibrar estas consecuencias para poder adelantarnos a ellas, y desde el magnífico espacio socioeducativo en el que intervenimos, adaptar nuestras propuestas y programaciones para atenuar y afrontar dichas consecuencias.

En algunos casos, puede parecer difícil adelantar estos efectos negativos derivados de la situación socioeconómica vivida y por vivir derivada de la covid-19. Pero ya se están haciendo estudios y están saliendo publicaciones que hacen referencia a esto. En algunos casos basándose en situaciones parecidas sufridas como las que ocurrieron en Canadá y China en el 2003 por en SARS o en África en 2014 por el Ébola.

El confinamiento ha hecho que hayamos estados expuestos a emociones complejas muy intensas como la frustración, la impotencia, la soledad, la culpa o la tristeza. En muchos casos además con dificultades en su gestión por falta de recursos o por inundaciones emocionales. Según The Lancet esta situación extrema hace que pueda surgir estrés postraumático, confusión, irritabilidad y cambios importantes en el comportamiento como no querer estar en lugares con mucha gente o eludir espacios públicos, incluso meses después.

Como apuntábamos antes, sabiendo que existe esta posibilidad, es buen momento para empezar a pensar en como lo podemos afrontar.

Por un lado podemos hablar de las habilidades personales que, si reforzamos y entrenamos, pueden reducir ese impacto. Podrían ser:

  • Flexibilidad
  • Capacidad crítica
  • Capacidad de evasión
  • Visión de futuro
  • Capacidad de afrontar ciertas reacciones con naturalidad
  • Capacidad de vivir las dificultades de manera equilibrada
  • Aprender a convivir con la incertidumbre
  • Resiliencia

Por otro lado, lo relacionados con el grupo y la sociedad:

  • Educación en valores
  • Evaluación del comportamiento social: qué hemos echado de menos
  • Responsabilidad comunitaria
  • Importancia de objetivos comunes

El hecho, es que todo esto ya se tenía en cuenta y muchos de estos conceptos se trabajaban incluso de manera transversal a la hora de desarrollar los proyectos socioeducativos antes de la pandemia.

Pero el trabajo que nos queda ahora es tremendo. Tenemos que mirar hacia adelante, buscar ese cambio en la sociedad del que se ha hablado tanto en estos meses y que nos hemos preguntado si se realizaría. Pero no podemos olvidarnos de lo vivido y de que tenemos que estar muy pendientes de las consecuencias que pueden ir apareciendo, si no lo han hecho ya. Nuestro trabajo nos sitúa en una posición privilegiada para hacer esto, nos convertimos, una vez más, en la primera línea de detección e intervención y es fundamental el trabajo social y psicológico a medio y largo plazo.

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