27.04.2020.-
Desde hace más de un mes, desde las entidades sociales que trabajamos con niños, niñas, adolescentes y su familias, no paramos de trabajar.
Cuando el gobierno cerró los edificios escolares el día 11 de marzo, muchos de nosotros pensamos que estaban cerrando los colegios dos semanas. Dos semanas en las que, incluso en un principio, valorábamos si nuestros recursos debían seguir abiertos o no… Rápidamente vimos que no tenía ningún sentido que los chicos y chicas se juntaran por las tardes cuando por las mañanas tenían que permanecer en sus casas. Ninguno nos planteamos que iban a ser dos semanas de parón en la intervención. De alguna manera, incluso antes de la declaración del estado de alarma, intuíamos que esto no iba a ser ni fácil, ni rápido, ni unas «vacaciones»….
Desde hace más de un mes, desde las entidades que trabajamos con niños, niñas, adolescentes y sus familias, no paramos de innovar.
En una actividad en la que el contacto personal es fundamental, si hace dos meses nos llegan a decir que íbamos a ser capaces de seguir con nuestra actividad cada uno desde nuestras casas, nos habríamos reído y mucho. Echamos de menos los abrazos, las conversaciones en las puertas de los locales, incluso las broncas con los chavales y sus pequeñas trifulcas. Pero a través de las llamadas de teléfono, las videollamadas, las reuniones virtuales, hemos conocido otros aspectos de los chicos. Nos han presentado a sus mascotas, nos enseñan lo que se ve desde su ventana e incluso en alguna actividad participa, aunque sea desde el sillón, al fondo de la pantalla, un abuelo sonriendo al ver a su nieta hacer yoga. Ellos también nos conocen mejor, nos han hecho enseñarles toda la casa, presentarles a los familiares con los que convivimos y enseñarles que se ve desde nuestras ventanas. Quieren ver la calle…
Desde hace más de un mes, desde las entidades que trabajamos con niños, niñas, adolescentes y sus familias, no paramos de poner parches.
Tenemos más tiempo para pensar… ¿tenemos más tiempo?, supongamos que sí… En el alma de los educadores y las educadoras está grabado a fuego que nuestro trabajo persigue unos objetivos socioeducativos claros. En el ADN de los educadores y educadoras está el dejarse la piel por nuestros chavales. Y eso estamos haciendo ahora. Pero en más de una ocasión se nos cae alguna lágrima sabiendo que no estamos llegando a donde querríamos llegar. Hay muchas familias que se están quedando fuera, ya sea por falta de acceso a los medios que buenamente podemos usar para seguir trabajando o ya sea por falta de fuerza y ánimo para intentarlo. Desgraciadamente no llegamos a todo, y lo sabemos. Hace tiempo que nos dimos cuenta de que no somos superhéroes ni superheroínas y tuvimos que colgar la capa en el perchero. Necesitamos que, para que el trabajo sea completo, se entienda que esto es un esfuerzo de toda la ciudadanía. Si no, no se puede.
Desde hace más de un mes, desde las entidades que trabajamos con niños, niñas, adolescentes y sus familias, nos estamos dando cuenta de las debilidades del sistema.
El equilibrio que hemos venido manteniendo desde hace demasiados años era digno del Circo del Sol. Aguantamos el empuje de la última crisis tirando de donde casi no había. Tenemos miedo de que este golpe no seamos capaces de aguantarlo, como personas, como familias con las que trabajamos, como sociedad… Pero ante el miedo hay tres posibles respuestas: quedarnos paralizados, huir o enfrentar eso que te da miedo. Y como decía antes, llevamos en el ADN el dejarnos la piel, y eso vamos a seguir haciendo.
Es el momento de pararse, de afilar el hacha, de pensar a medio y largo plazo. De exigir a las autoridades competentes respuestas a necesidades que ya conocíamos, pero que ahora nos hacen sangrar por todos los poros cuando las vemos en primer plano.
Se habla de números, de muertos, de contagiados, de EPIS. Vemos en la televisión imágenes de sanitarios, hospitales, personas en los balcones, acciones altruistas de incalculable valor. Pero no vemos el día a día de las personas, que aun no estando contagiadas del COVID 19 están contagiadas de la desigualdad, de la exclusión y en muchos casos del desamparo institucional. Vamos a ver una pequeña foto de esto:
– Familias de 5 miembros conviviendo en una habitación de 35 m2… durante más de 40 días con niños de menos de 10 años
– Niños y niñas que llevan 3 días sin nada que echarse a la boca
– Familias con un dispositivo móvil sin acceso a internet, o solo con acceso a través de datos, donde 3 o 4 niños tienen que seguir el ritmo escolar de este curso. Recordamos que se han cerrado los edificios donde se imparten las clases, pero el curso sigue adelante.
– Mujeres conviviendo con su maltratador 24 horas al día, siete días a la semana, 30 días al mes…
Y así podríamos seguir «fotografiando» la realidad de muchas personas en este país. Todas las anteriores a menos de 7 Km de la Puerta del Sol de Madrid. Muchas más de las que la «clase media» pueda creer o quiera creer.
Pero estas fotografías deben ser la energía que nos impulse a buscar el cambio. Es el momento de caminar hacia adelante, sin olvidar mirar atrás de vez en cuando. Empezando por identificar y exponer claramente cuáles son las necesidades que debemos cubrir, y no solo las básicas para sobrevivir, sino las que hagan que las personas, y por lo tanto la sociedad vivan dignamente, y una vez con esto bien claro, empezar a asumir las responsabilidades que cada ciudadano, cada entidad tenga en este viaje.
Desde hace más de un mes, desde las entidades que trabajamos con niños, niñas, adolescentes y sus familias nos hemos dado cuenta de que esta situación debe hacer que el mundo al que regresemos sea más amable, más humano. Y está en nuestra mano…